Somos ese plano vertical obligado a reafirmar el ángulo recto de un horizonte desdibujado. Ese es el motivo por el que siempre rondamos los 90º.
Durante la vida son muchos los momentos en los que jugamos a hacer equilibrios, y no siempre por gusto. A mi me encanta plantarle cara a mi gravedad sumándole los 13'5º de la copa de vino a los 45'2º de uno de Martin Miller's y así potenciar mi ceguera para desdibujar aún más ese horizonte insensato.
Los 90º también los llegué a conseguir en una cama de 360, y quemándonos sin arder. En habitaciones de ángulos rectos y esquina puntiagudas es donde conseguimos cambiar el significado de la palabra equilibrio y olvidarnos de vivir. Donde el funambulismo es un arte y las palabras siempre disfrazan la eternidad. El micro-clima del infinito traducido a instante.
A veces es el horizonte el que se inclina y nos descoloca cuando la vida se pone puta.
Si hablo de tenacidad esta imagen vale más que mil palabras. Estos tristes ojos han visto un horizonte partido en dos, una línea recta hecha triángulo, algo digno del más macabro escritor de dramas. Un diminuto centro de gravedad observando a dos monumentales pilares tambalear augurando derrumbamiento. Viendo como parpadeaban esas dos estrellas que junto a ella eran los tres puntos que definían un plano perfecto. Dudando del sentido de la vida y sudando la injusticia del vivir.
Ella fue, estoy seguro, quien atrajo al ángel, tal vez sacó el que delataba su fina cara, la cuestión es que se hizo milagro.
Y así la vida, asombrada por su entereza, le devolvió su geometría más preciada dejando a la muerte derrotada en busca de otro ángulo al que desafiar.